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Salió, fue hasta el banco y solicitó retirar todo el dinero que tenía allí depositado. El director, que ya
había frecuentado su cama, dijo que era una mala idea, que aquellos francos podrían seguir rindiendo y
que ella recibiría los intereses en Brasil. Además, en caso de que le robasen, serían muchos meses de
trabajo perdido. María dudó por un momento, creyendo, como siempre creía, que querían ayudarla de
verdad. Pero, después de reflexionar un poco, concluyó que el objetivo de aquel dinero no era convertir-
se en más papel, sino en una hacienda, una casa para sus padres, algún ganado y mucho más trabajo.
Retiró cada centavo, lo metió en una pequeña bolsa que había comprado para la ocasión y se la ató a
la cintura, por debajo de la ropa.
Fue hasta la agencia de viajes, rezando para tener el coraje de seguir adelante; cuando quiso cambiar
su pasaje, le dijeron que el vuelo del día siguiente hacía escala en París, para hacer trasbordo. No tenía
importancia, lo que necesitaba era estar lejos de allí antes de que pudiese pensarlo dos veces.
Fue hasta uno de los puentes, compró un helado, aunque ya empezaba a hacer frío de nuevo, y miró
Géneve. Entonces todo le pareció diferente, como si hubiese acabado de llegar, y tuviese que ir a los
museos, a los monumentos históricos, a los bares y restaurantes de moda. Es gracioso, cuando se vive
en una ciudad, siempre se deja para después conocerla, y generalmente se termina por no conocerla
nunca.
Pensó en ponerse contenta porque volvía a su tierra, pero no lo consiguió. Pensó en ponerse triste
por dejar una ciudad que la había tratado tan bien, y tampoco lo consiguió. Lo único que pudo hacer fue
derramar algunas lágrimas, con miedo de sí misma, una chica inteligente, que lo tenía todo para tener
éxito, pero que generalmente tomaba decisiones equivocadas.
Deseó estar haciendo lo correcto esta vez.
La iglesia estaba completamente vacía cuando ella entró, y pudo contemplar en silencio los bonitos
vitrales, iluminados por la luz del exterior, la luz de un día lavado por la tempestad de la noche anterior.
Ante ella, un altar y una cruz vacía; no estaba ante un instrumento de tortura, con un hombre
ensangrentado al borde de la muerte, sino ante un símbolo de resurrección, donde el instrumento de
suplicio perdía todo su significado, su terror, su importancia. Se acordó del látigo la noche de las
tormentas, era la misma cosa, «Dios mío, ¿en qué estoy pensando?».
También se puso contenta porque no vio ninguna imagen de santos sufriendo, con marcas de sangre y
heridas abiertas; aquél era simplemente un lugar donde los hombres se reunían para adorar algo que no
eran capaces de comprender.
Se detuvo delante del sagrario, donde se guardaba el cuerpo de un Jesús en el que ella todavía creía,
aunque hiciese mucho tiempo que no pensaba en él. Se arrodilló y prometió a Dios, a la Virgen, a Jesús, y
a todos los santos, que pasase lo que pasase durante aquel día, jamás cambiaría de idea, que se
marcharía de cualquier manera. Hizo esta promesa porque conocía bien las trampas del amor y cómo son
capaces de transformar la voluntad de una mujer.
Poco después, María sintió la mano que le tocaba el hombro e inclinó su rostro para tocar la mano.
-¿Cómo estás?
-Bien -dijo, la voz sin ninguna angustia-. Muy bien. Vamos a tomar nuestro café.
Salieron de la mano, como si fuesen dos enamorados que se encontraban después de mucho tiempo.
Se besaron en público, algunas personas los miraban escandalizados, ambos sonreían por el malestar
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que estaban causando y por los deseos que despertaban con el escándalo, porque sabían que, en
realidad, ellos querían hacer lo mismo. El escándalo era sólo eso.
Entraron en un café igual que todos los demás, pero que aquella tarde era diferente, porque ellos dos
estaban allí, y se amaban. Hablaron sobre Géneve, las dificultades de la lengua francesa, los vitrales de
la iglesia, los males del tabaco, ya que ambos fumaban, y no tenían la menor intención de dejar el vicio.
María quiso pagar el café, y él aceptó. Fueron a la exposición, ella conoció su mundo, artistas, ricos
que parecían aún más ricos, millonarios que parecían pobres, gente que preguntaba cosas sobre las
cuales jamás había oído hablar. Les gustó a todos, elogiaron su manera de hablar francés, le hicieron
preguntas sobre el carnaval, el fútbol, la música de su país. Educados, amables, simpáticos,
encantadores.
Al salir, él le dijo que iría a la discoteca aquella noche, a verla. Ella le pidió que no lo hiciese, que
tenía la noche libre y que le gustaría invitarlo a cenar.
Él aceptó, se despidieron, quedaron en verse en casa de él, para cenar en un simpático restaurante
en la pequeña plaza de Cologny, por donde siempre pasaban en taxi, pero ella jamás le había pedido
que se detuviesen para conocer el sitio.
Entonces María se acordó de su única amiga, y decidió ir hasta la biblioteca para decirle que no
volvería más.
Estuvo atrapada en el tráfico durante un rato que parecía una eternidad, hasta que los kurdos
terminasen de manifestarse (¡otra vez!) y los coches pudiesen volver a circular normalmente. Pero
ahora era de nuevo dueña de su tiempo, eso no tenía importancia.
Llegó cuando la biblioteca estaba a punto de cerrar.
-Puede que sea demasiado íntimo, pero no tengo ninguna amiga a quien confiar ciertas cosas -dijo la
bibliotecaria, en cuanto María entró.
¿Aquella mujer no tenía amigas? Después de vivir toda su vi da en el mismo lugar, estar con gente
durante el día, ¡,acaso no tenía a nadie con quien hablar? En fin, descubría a alguien como ella, o mejor
dicho, a alguien como todo el mundo.
-He estado pensando en lo que leí sobre el clítoris... ¡No! ¿Acaso no podía pensar en otra cosa?
-Y vi que, aunque hubiese sentido siempre mucho placer durante las relaciones con mi marido, me
costaba mucho tener un orgasmo. ¡,Crees que eso es normal?
-¿Cree usted que es normal que los kurdos se manifiesten todos los días? ¿Que las mujeres
enamoradas huyan de su príncipe encantado? ¿Que la gente sueñe con haciendas en vez de pensar en
el amor? ¿Hombres y mujeres que venden su tiempo, sin poder volver a comprarlo? Y, sin embargo,
todo eso sucede; así que no importa lo que yo crea o deje de creer, es siempre normal. Todo aquello
que vaya contra la naturaleza, contra nuestros deseos más íntimos, todo eso es normal a nuestros ojos,
aunque parezca una aberración a los ojos de Dios. Buscamos nuestro infierno, llevamos milenios
construyéndolo, y después de mucho esfuerzo, ahora podemos vivir de la peor manera posible.
Miró a la mujer y, por primera vez en todo aquel tiempo, le preguntó su nombre (sólo conocía su
nombre de casada). Se llamaba Heidi, estaba casada hacía treinta años, y jamás, ¡jamás!, se había
cuestionado si era normal no tener un orgasmo durante la relación sexual con su marido.
-¡No sé si debería haber leído todo eso! Tal vez fuese mejor vivir en la ignorancia, creyendo que un
marido fiel, un departamento con vista al lago, tres hijos y un empleo público era todo lo que una mujer
podía soñar. Ahora, desde que tú llegaste aquí, y desde que leí el primer libro, estoy muy preocupada
por aquello en lo que he convertido mi vida. ¡,Será todo el mundo así?
-Le puedo garantizar que sí -y María se sintió una joven sabia ante aquella mujer que le pedía
consejos. [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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