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con la Señora Yuria, con cualquiera de la corte que esté disponible. Dígales que Malcolm
Lockridge ha vuelto. ¡En el nombre de la Koriach!
-¿Los conoce? ¡Perdóneme! Un minuto, uno tan solo, se lo ruego.
La pantalla se oscureció.
Lockridge estiró el brazo hacia la jarra, pero lo retiró. No, deseaba estar sereno esta
noche. Durante unos momentos estuvo en pie, impaciente. La mujer le observaba y bebía
continuamente.
Apareció el rostro de Hu.
-¡Usted! ¡Le dábamos por perdido! -Parecía estar más asombrado que alegre.
-Es una larga historia -le atajó Lockridge-. ¿Puede seguir esta llamada e identificar
dónde me hallo? De acuerdo, venga a buscarme.
Cortó la conexión.
La vieja estaba ya demasiado borracha para demostrar el miedo que se había
apoderado de ella. Se empequeñeció ante él y murmuró:
-Señorrrr, perrrdóneme, yo no sabía...
-Aún sigo debiéndole la vida -dijo Lockridge-. Pero la Koriach se ha ido por algún
tiempo, lo siento.
No podía permanecer en esta choza en la que había el camastro de un muchacho tan
vacío. Se llevó a los labios la mano de la madre y salió afuera.
No supo cuánto tuvo que esperar. Quizá media hora. Dos hombres uniformados de
verde surgieron de entre las sombras y le saludaron.
-Vámonos -dijo él.
Y partieron sobre el territorio. Lo vio casi todo como una noche inmensa. Aquí y allí
había poblados, formando un anillo alrededor de la brillantez de un palacio-templo, pero
separados entre sí por kilómetros de nada. De vez en cuando veía el ankh que señalaba
una factoría. Seguro, pensó; los Guardianes viven de las máquinas tanto como los
Batidores, sólo que lo ocultan un poco más.
Pero no se había previsto que yo viese nada de esto, continuó reflexionando. La idea
era que, si sobrevivía, fuese directamente a un corredor, para desde allí ser llevado
directamente al palacio.
Sus guías hicieron que se posasen en urca terraza en la que los jazmines perfumaban
un aire mantenido caliente por métodos artificiales, y una fuente cantaba. Hu esperaba,
ataviado con unas vestiduras que caían hacia el suelo como una cascada.
-¡Malcolm! -agarró a Lockridge por los hombros. Su entusiasmo era superficial-. ¿Qué
ocurrió? ¿Cómo logró escapar y llegar tan al norte y...? ¡Pero bueno, esto se merece que
celebremos la fiesta más grande que se haya celebrado desde que Ella escogió la
Westmark para su última personificación!
-Escuche -dijo el Americano- estoy tan cansado que casi no puedo tenerme en pie. Mi
misión ha tenido éxito y ya le daré los detalles luego. Ahora, ¿dónde está Auri?
-¿Quién? ¡Ah, la muchacha neolítica! Supongo que estará durmiendo.
-Lléveme a su lado.
-De acuerdo, -Hu arqueó las cejas y se frotó la barbilla-. ¿Por qué está tan ansioso por
ella?
-¿Le han hecho algo? -gritó Lockridge.
Hu retrocedió un paso.
-No, ciertamente no. Sin embargo debe darse cuenta de que estaba ansiosa por usted.
Y, evidentemente, ha comprendido mal algunas de las cosas que ha visto. Esto era de
esperar, debía esperarse. La razón misma por la que teníamos que estudiar de cerca a
alguien de su cultura. Créame, la hemos tratado lo más delicadamente posible.
-Le creo. Lléveme con ella.
-¿No puede esperar? Pensé que podríamos darle a usted un estimulante y, tras el
relato esencial de su hazaña, podríamos tener una celebración... -Se rindió-. Como usted
desee -dijo. Levantó un brazo y apareció un joven siervo. Le dio instrucciones.
-Le veré mañana, Malcolm -dijo, y partió. Su ropa llameaba a su alrededor.
Lockridge apenas si se fijó en el camino por el que era conducido. Al fin., se abrió una
puerta. Entró y se halló en una pequeña habitación con otra salida en el extremo opuesto,
y una cama en la que yacía Auri.
Con mano temblorosa se colocó la diaglosa correspondiente a la época de ella y luego
acarició su suave mejilla. Los ojos de la durmiente parpadearon.
-¡Lince! -murmuró; luego, despertándose.
Se sentó y la mantuvo entre sus brazos mientras ella lloraba, y reía, y se estremecía
entre sus brazos. Las palabras surgieron torrencialmente:
-¡Oh Lince, Lince, creí -que debías estar muerto! Llévame lejos de aquí, llévame a
casa, a cualquier sitio, aquí es donde deben venir los muertos que han, sido malvados,
no, no me golpearon, pero tienen a la gente como si fueran animales, los crían como a
animales, y todos odian a todo el mundo, siempre están. hablando en susurros. ¿Por qué
quieren poseer a los demás? Todos desean hacerlo, no puede ser una diosa, debe de ser
una...
-No, no lo es -dijo él-. He venido atravesando sus tierras y he visto a su gente, ahora lo
sé. Sí, Auri, debemos regresar a casa.
La puerta interior se abrió. Volvió la cabeza y vio a la Señora Yuria. Las trenzas
doradas no lograban cubrir la cosa que llevaba en el oído, ni su camisón de noche
ocultaba lo rígida que se alzaba.
-Casi desearía que no hubiese admitido eso, Malcolm -dijo.
XIV
Año 1821 a. d. Lockridge cruzó la cortina áurea. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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