[ Pobierz całość w formacie PDF ]honores, se halla el germen de la desdicha. No nos queda, por tanto, otro remedio que
rogar a Tyché. ¡De qué sirve el dinero al hombre vulgar si no tiene recto el espíritu!
Sólo puede precipitarlo en la perdición.
Lo único que queda, si prescindimos de las riquezas del hombre verdaderamente
noble, es la riqueza interior, es decir, la areté, y ésta pocos la poseen. Se ha creído
que Teognis no era capaz de "moralizar" en esta forma. Lo cierto es que cuanto dice
en honor de la nobleza empobrecida procede del pensamiento de Solón. Tampoco es
justo negar que pueda ser suya esta bella sentencia: "Toda virtud se halla contenida
en la justicia y sólo es noble quien es justo." Pudo haber tomado el pensamiento de
una persona ajena a la aristocracia, como Focílides. No podía apropiarse otro
principio que aquel que la fuerza impulsiva de las masas había inscrito en su bandera
y por cuya acción había sido sometido a ellas. Este principio se convertía en el arma
de la primitiva clase dominante, ahora injustamente sometida, pues ella sola conoció
un día "la ley y el derecho" y era todavía ahora, en el sentir del poeta, la única
mantenedora de la verdadera justicia. Verdad es que el ideal de la justicia se restringe
y pasa de ser la verdadera virtud del estado a ser la virtud de una (196) clase. Nada
tiene de sorprendente para Teognis. También aquí el nuevo espíritu de la ética
ciudadana vence a los antiguos ideales.
Quedaba, sin embargo, una última barrera: la inquebrantable creencia en la sangre.
De ahí que exija el mantenimiento de su pureza como el más alto deber. Levanta su
voz contra los insensatos y desleales compañeros de clase que creen poder levantar su
fortuna caída mediante el matrimonio con las hijas de los plebeyos o dando sus hijas
a los hijos de los nuevos ricos. "Para elegir los animales de casta, carneros, asnos o
caballos, sólo atendemos a la superior nobleza. Pero en tales uniones sacrificamos sin
vacilar nuestra propia sangre. La riqueza mezcla las estirpes." 219 También este fuerte
acento, puesto sobre la idea de la selección de las razas y las estirpes, es signo de que
la ética de la nobleza ha entrado en un nuevo periodo. Se convierte en instrumento de
una lucha consciente contra el poder nivelador del dinero y de la masa. Es natural que
en Atenas, por ejemplo, donde era preciso resolver grandes problemas colectivos, los
espíritus más profundos, aunque pertenecieran en su mayoría a la nobleza, no
pudieran ponerse al servicio de la pura reacción. Solón se opuso ya a ello. Pero
dondequiera que hubo un noble luchando por su existencia y por su idiosincrasia,
halló en la sabiduría pedagógica de Teognis de Megara su espejo. Muchas de sus
ideas revivieron en una etapa posterior, en la lucha de la burguesía contra el
proletariado. Y, en último término, la validez de sus doctrinas se mantuvo o decayó
219
12 Versos 183 ss.
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con la existencia de una aristocracia que tuviera necesidad de mantenerse y
justificarse, lo mismo si se fundaba en la sangre que en cualquier otra alta tradición.
La idea, específicamente aristocrática, del mantenimiento de la raza, tuvo sobre todo
su cultivo en la antigua Esparta y en los grandes educadores del estado del siglo IV.
Lo trataremos con más detalle en el lugar correspondiente. Trascendió entonces los
límites de una clase y se vinculó a la exigencia de una educación estatal de la
totalidad del pueblo.
LA FE ARISTOCRÁTICA DE PÍNDARO
Píndaro nos lleva de la ruda lucha de los nobles por mantener su posición social,
sostenida más allá de los límites de Megara, a la heroica culminación de la antigua
vida aristocrática. Hemos de olvidar los problemas de aquella cultura, tal como se
manifiestan en Teognis, para traspasar los umbrales de un mundo más alto. Píndaro
es la revelación de una grandeza y una belleza distantes, pero dignas de veneración y
de honor. Nos muestra el ideal de la nobleza helénica en el momento de su más alta
gloria, cuando todavía poseía la fuerza necesaria para hacer prevalecer el prestigio de
los tiempos míticos sobre la vulgar y grave actualidad del siglo V y era todavía (197)
capaz de atraer la mirada de la Grecia entera sobre las luchas de Olimpia y Delfos, de
Nemea y el istmo de Corinto, y de hacer olvidar todas las oposiciones de linaje y de
estado mediante el alto y unánime sentimiento de sus triunfos. Es preciso considerar
la esencia de la antigua aristocracia griega desde este punto de vista para comprender
que su importancia en la formación del hombre griego no se limitó al afán de
conservar las antiguas prerrogativas y prejuicios heredados ni a la reelaboración de
una ética fundada en la propiedad. El noble es el creador del alto ideal del hombre
que se manifiesta todavía hoy ante los admiradores de la escultura de los periodos
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