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Anna brotó por el sistema de altavoces:
- Atención, por favor. Tengo el triste deber de anunciar que durante esta noche nuestro
Presidente ha muerto. Cumpliendo con su voluntad, no habrá ningún servicio funerario. El
cuerpo ha sido incinerado. A las nueve horas, en la sala de conferencias grande, habrá
una reunión para liquidar los asuntos de la compañía. Se ruega que todo el mundo asista
y sea puntual.
Pasé el tiempo hasta las nueve llorando. ¿Por qué? Sintiendo pena por mí misma,
supongo. Estoy segura de que eso es lo que pensaría el Jefe. No sentiría pena por sí
mismo, no sentiría pena por mí, y me regañaría más que nunca por mis sentimientos. La
compasión por uno mismo, diría, es el más desmoralizador de todos los vicios.
No importaba, yo sentía pena por mí misma. Yo siempre había reñido con él, incluso
mucho antes de que rompiera mi contrato e hiciera de mí una Persona Libre después de
que yo me escapara de él. Me encontré lamentando cada vez que le había respondido
mal, había sido desvergonzada, le había llamado cosas feas.
Luego me recordé a mi misma que el Jefe no me hubiera apreciado en absoluto si yo
hubiera sido un gusano, siempre obediente, sin opiniones propias. Él tenía que ser lo que
era y yo tenía que ser lo que era y habíamos vivido durante años en una íntima asociación
que nunca, ni una sola vez, había implicado el contacto de nuestras manos. Para Viernes,
eso es un récord. Uno que no estoy interesada en superar.
Me pregunté si había llegado a saber alguna vez, hacía años, cuando acudí por
primera vez a trabajar para él, lo rápido que me hubiera sentado en su regazo si él me
hubiera invitado a ello. Probablemente sí que lo sabía. Como sabía que, aunque yo nunca
había llegado a tocar su mano, él era el único padre que había tenido nunca.
La gran sala de conferencias estaba realmente atestada. Nunca había visto ni la mitad
de tanta gente en las comidas, y algunos de los rostros me eran completamente
desconocidos. Llegué a la conclusión de que algunos habrían sido llamados de fuera y
habían podido llegar rápidamente. En una mesa en la parte delantera de la habitación,
Anna estaba sentada con una completa desconocida. Anna tenía junto a sí un montón de
hojas de papel, una formidable terminal de computadora, y utensilios de oficina. La
desconocida era una mujer de aproximadamente la misma edad que Anna pero con la
severa mirada de una maestra de escuela en vez de la calidez de Anna.
A las nueve y dos segundos la desconocida golpeó fuertemente sobre la mesa.
- ¡Silencio, por favor! Soy Rhoda Wainwright, Vicepresidente Ejecutivo de esta
compañía y Consejero Jefe del difunto doctor Baldwin. Como tal soy ahora Presidente pro
tem y liquidadora de todos nuestros asuntos. Cada uno de ustedes sabe que estaba
ligado a esta compañía a través de un contrato personal con el doctor Baldwin...
¿Había firmado yo alguna vez un tal contrato? Me sentía absorta por lo de «el difunto
doctor Baldwin». ¿Era ese realmente el nombre del Jefe? ¿Cómo era que este nombre
era idéntico al de mi más común nom de guerre? ¿Lo había elegido él? Hacía tanto
tiempo de eso.
-...por lo que todos ustedes son a partir de ahora agentes libres. Somos un equipo de
élite, y el doctor Baldwin anticipó que cualquier compañía libre de Norteamérica estaría
dispuesta a reclutarnos para sus filas en el momento mismo en que su muerte nos dejara
libres. Hay agentes reclutadores en cada una de las salas de conferencias pequeñas y en
el salón. A medida que vayan siendo llamados sus nombres, por favor vengan hasta aquí
para recibir su paquete correspondiente y firmar por él. Luego examínenlo
inmediatamente pero no, repito no, se queden delante de esta mesa e intenten discutirlo.
Para discutirlo deberán aguardar hasta que todos los demás hayan recibido su paquete.
Por favor, recuerden que he permanecido en vela toda la noche...
¿Contratarme en alguna otra compañía libre inmediatamente? ¿Debía hacerlo?
¿Estaba sin un céntimo? Probablemente, excepto lo que quedara de aquellos doscientos
mil oseznos que había ganado en aquella estúpida lotería... y probablemente la mayor
parte de esa suma se la debía a Janet de su tarjeta Visa. Veamos, había ganado 230 4
gramos de oro fino, depositados en la MasterCard como 200,00 oseznos pero acreditados
como oro al cambio del día. Había retirado treinta y seis gramos en efectivo y... pero
debía contar también mi otra cuenta, la del Banco Imperial de Saint Louis. Y el dinero en
efectivo y la tarjeta de crédito Visa que le debía a Janet. Y Georges debía dejarme pagar
la mitad de...
Alguien estaba llamando mi nombre.
Era Rhoda Wainwright, y parecía molesta.
- Por favor esté atenta, señorita Viernes. Aquí está su paquete, y firme el recibí. Luego
échese a un lado para comprobarlo.
Miré el recibí.
- Firmaré después de haber comprobado.
- ¡Señorita Viernes! Está obstaculizando el procedimiento.
- Me echaré a un lado. Pero no voy a firmar hasta que compruebe que el paquete
coincide con lo listado en el recibí.
- Coincide - dijo Anna conciliadoramente -. Yo misma lo he comprobado.
- Gracias - respondí -. Pero lo haré de la misma forma que tú manejas los documentos
clasificados... mirar y tocar.
La vieja bruja parecía dispuesta a hacerme hervir en aceite, pero yo simplemente me
aparté un par de metros y empecé a comprobar... un paquete de regular tamaño: tres
pasaportes con tres nombres, un surtido de documentos de identidad, papeles de aspecto
muy sincero correspondiendo con cada una de esas identidades, y una libranza a nombre
de «Marjorie Viernes Baldwin» contra el Ceres & South África , Luna City, por un importe
de 297 3 gramos de oro de 0 999... lo cual me sorprendió aunque no tanto como lo hizo el
siguiente articulo: los documentos de adopción por parte de Hartley M. Baldwin y Emma
Baldwin de la niña Viernes Jones, rebautizada Marjorie Viernes Baldwin, extendidos en
Baltimore, Maryland, Unión Atlántica. Nada acerca de la Inclusa de Landsteiner o de
Johns Hopkins, pero la fecha era del día en que abandoné la Inclusa de Landsteiner.
Y dos certificados de nacimiento: uno era un certificado de nacimiento extendido con
posterioridad a nombre de Marjorie Baldwin, nacida en Seattle, y el otro era a nombre de
Viernes Baldwin, nacida de Emma Baldwin, Boston, Unión Atlántica.
Dos cosas eran ciertas acerca de cada uno de esos documentos: ambos eran falsos, y
ambos eran de completa confianza; el Jefe nunca hacía las cosas a medias. Dije:
- Correcto, Anna - y firmé.
Anna aceptó el recibo, y añadió suavemente:
- Nos veremos luego.
- Correcto. ¿Dónde?
- Ve en busca de Rubia.
- ¡Señorita Viernes! ¡Su tarjeta de crédito, por favor! - de nuevo Wainwright.
- Oh. - Bien, sí, con el Jefe desaparecido y la compañía disuelta, no podía volver a usar
mi tarjeta de crédito de Saint Louis -. Aquí está.
Alargó la mano; se la tendí.
- Rómpala, por favor. O córtela a trozos. Lo que acostumbre.
- ¡Oh, vamos! Será incinerada junto con todas las demás, una vez haya comprobado
los números.
- Señora Wainwright, si tengo que entregar una tarjeta de crédito librada a mi nombre, y
lo estoy haciendo, no discuto nada al respecto, debe ser destruida o inutilizada,
completamente, en mi presencia.
- ¡Es usted realmente pesada! ¿No confía en nadie?
- No.
- Entonces tendrá que aguardar aquí hasta que todo el mundo haya terminado.
- Oh, no lo creo así. - Creo que la MasterCard de California utiliza un laminado de
plástico fenólico; en cualquier caso sus tarjetas son duras, como debe ser una buena
tarjeta de crédito. Yo me había preocupado mucho de no mostrar ninguno de mis
perfeccionamientos en el cuartel general, no porque importara allí, sino porque no es
educado. Pero esta era una circunstancia especial. Rompí la tarjeta en sus dos sentidos,
le tendí los trozos -. Creo que aún puede comprobar usted los números de identificación.
- ¡Muy bien! - Sonaba tan irritada como me sentía yo. Me di la vuelta. Ella restalló: -
¡Señorita Viernes! ¡Su otra tarjeta, por favor! [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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