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carbón y una fila de tabernas en donde los pescadores se reunían y se reúnen a beber y a discutir, y que
destilaban, sobre todo los domingos, por su única puerta, una tufarada de sardina frita, de atún guisado con
cebolla y de música de acordeones.
Entre aquellas tabernas había la del Telescopio, la de la Bella Sirena, la del Holandés, la Goizeco Izarra
(Estrella de la mañana), y la más célebre de todas era la de Joshe Ramón, conocida por el Guezurrechape
de Cay luce, o sea, en castellano, El mentidero del Muelle largo.
En este muelle, y a pocos pasos del Mentidero, tenía su taller el padre de Zelayeta. En la ventana de la
casa, convertida en escaparate, exponía poleas de madera, faroles, cañas de pescar, un cinturón de sal-
vavidas...
El padre de Zelayeta trabajaba en su torno con su aprendiz, y mientras él torneaba solían sentarse a la
puerta, a charlar, algunos amigos.
Yo me había hecho íntimo de Chomin Zelayeta. Chomin era muy hábil y muy pacienzudo. Llegó a
domesticar un gavilán pequeño, y el pájaro, cuando se hizo grande, reñía con todos los gatos de la vecin-
dad. Los días de tormenta se ocultaba en algún agujero oscuro, y no salía hasta que pasaba.
Zelayeta sentía, como yo, el entusiasmo por la isla desierta y por los piratas, y como tenía talento para
ello, dibujaba los planos de los barcos en que íbamos a navegar los dos, y de las islas desconocidas en
donde pasaríamos el aprendizaje de Robinsones.
Nuestra inclinación aventurera, en la cual latía ya la inquietud atávica del vasco, pudo aumentarse más
oyendo las narraciones de Yurrumendi el piloto, el viejo y fantástico Yurrumendi, amigo y contertulio de
Zelayeta padre.
Eustasio Yurrumendi había viajado mucho; pero era un hombre quimérico a quien sus fantasías turba-
ban la cabeza. Todos tenemos un conjunto de mentiras que nos sirven para abrigarnos de la frialdad y de
la tristeza de la vida; pero Yurrumendi exageraba un poco el abrigo.
Era Yurrumendi un hombre enorme, con la espalda ancha, el abdomen abultado, las manos grandísimas
siempre metidas en los bolsillos de los pantalones, y los pantalones, a punto de caérsele, tan bajo se los
ataba.
Tenía una hermosa cara noble, roja; el pelo blanco, patillas muy cortas y los ojos pequeños y brillantes.
Vestía muy limpio; en verano, unos trajes de lienzo azul, que a fuerza de lavarlos estaban siempre desteñi-
dos, y en invierno, una chaqueta de paño negro, fuerte, que debía de estar calafateada como una gabarra.
Llevaba una gorra de punto con una borla en medio. Era soltero, vivía solo, con una patrona vieja, fumaba
mucho en pipa, andaba tambaleándose y llevaba un anillo de oro en la oreja.
Yurrumendi había formado parte de la tripulación de un barco negrero; navegado en buques franceses,
armados en corso; vivido en prisión por sospechoso de piratería. Yurrumendi era un lobo de mar. El
Atlántico le conocía desde Islandia y las islas de Lofoden hasta el cabo de Buena Esperanza y el de Hornos.
Sabía lo que son las tempestades del Pacífico y los tifones del mar de las Indias.
Yurrumendi había visto mucho, pero más que lo que había visto le gustaba contar lo que había imagi-
nado.
26
Las inquietudes de Shanti Andía
Pío Baroja
A Chomin Zelayeta y a mí nos tenía locos con sus narraciones.
Nos decía que en el fondo del mar hay, como en la tierra, bosques, praderas, desiertos, montañas, vol-
canes, islas madrepóricas, barcos sumergidos, tesoros sin cuento y un cielo de agua casi igual al cielo de
aire.
A todo esto, muy verdad, unía las invenciones más absurdas.
-Algunas veces -decía- el mar se levanta como una pared, y en medio se ve un agujero como si estu-
viera lleno de perlas. Hay quien dice que si se mete uno por ese agujero se puede andar como por tierra.
-¿Y adónde lleva ese agujero? -preguntaba alguno con ansiedad..
-Eso no se puede decir aunque se sepa -contestaba seriamente Yurrumendi-; pero hay quien asegura
que dentro se ve una mujer.
-Alguna sirena -decía el padre de Zelayeta, con ironía.
-¡Quién sabe lo que será! -replicaba el viejo marino.
Siempre que Yurrumendi hablaba de sí mismo, lo hacía como si se tratara de un extraño, en tercera per-
sona. Así decía: «Entonces, Yurrumendi comprendió... Entonces, Yurrumendi dijo tal cosa».
Parecía que sentía ciertas dudas sobre su personalidad.
Yurrumendi tenía una fantasía extraordinaria. Era el inventor más grande de quimeras que he conocido.
Según él, detrás del monte Izarra, un poco más lejos de Frayburu, había en el mar una sima sin fondo.
Muchas veces él echó el escandallo; pero nunca dio con arena ni con roca. Se le decía que su sonda era,
seguramente, corta; pero Yurrumendi aseguraba que, aunque fuera de cien millas, no se encontraría el
fondo.
Respecto a la cueva que hay en el Izarra, frente a Frayburu, él no quería hablar y contar con detalles las
mil cosas extraordinarias y sobrenaturales de que estaba llena; le bastaba con decir que un hombre, entran-
do en ella, salía, si es que salía, como loco. Tales cosas se presenciaban allí. Bastaba decir que las sire- [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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