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velocidad. A uno y otro lado, se alzaban inmensas, escarpadas paredes verticales de materia rocosa.
Allá, en lo alto, distinguí una tenue franja rojiza, donde se abría el precipicio entre picos
inaccesibles. El interior era oscuro, profundo, lúgubre, escalofriantemente silencioso. Seguí
avanzando durante un tiempo, y luego, finalmente, vi ante mí un resplandor rojo oscuro, el cual me
indicó la proximidad de la otra abertura del desfiladero.
»Un instante después, llegué a la salida de la hendidura, desembocando en un gigantesco anfiteatro
de montañas. Sin embargo, me fijé poco en las montañas y la terrible magnificencia del lugar; pues
me sentí confundido de asombro al descubrir, a unas millas de distancia, y ocupando el centro de la
arena, un gran edificio construido, al parecer, en jade verde. Sin embargo, en sí, no era el
descubrimiento de esta construcción lo que me dejó estupefacto, sino el hecho de que, a medida que
lo veía con más claridad, comprobaba que no se diferenciaba en ningún detalle -salvo en el color y
en las enormes proporciones- de la solitaria mole de esta casa en que vivo.
»Durante un rato, seguí contemplándola fijamente, sin creer apenas lo que tenía delante de los ojos.
En mi mente se fprmuló una pregunta, que ya se repitió de manera incesante: "¿Qué significa?
¿Qué significa?", aunque sin poder encontrar una respuesta, aun en las profundidades de mi
imaginación. Sólo me sentía capaz de asombrarme y de temer. Seguí mirando largo rato, reparando
continuamente en nuevos detalles coincidentes que me llamaban la atención. Por último, cansado y
dolorosamente confundido, aparté la vista para contemplar el resto del extraño lugar en que me
había metido.
»Hasta ahora, había estado tan absorto examinando la Casa, que sólo había echado una ojeada muy
somera a mi alrededor. Ahora, al hacerlo más detenidamente, empecé a darme cuenta de la
naturaleza del lugar al que había llegado; la arena, pues así la he denominado, parecía un círculo
perfecto de unas diez o doce millas de diámetro, cuyo centro, como he dicho antes, estaba ocupado
por la Casa. Su superficie, al igual que la de la Llanura, tenía un aspecto singular, brumoso, aunque
no había bruma de ninguna clase.
»Tras una rápida inspección, mis ojos se alzaron rápidamente hacia arriba, recorriendo las laderas
de las montañas circundantes. ¡Qué silenciosas estaban! Creo que esta abominable quietud era lo
más agobiante de cuanto había visto o imaginado. Ante mí tenía ahora los grandes despeñaderos
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HOGDSON, W. HOPE LA CASA EN EL CONFIN DE LA TIERRA
que se elevaban altísimos. Allá arriba, la impalpable coloración rojiza daba un aspecto borroso a
todas las cosas.
»Y entonces, mientras miraba, curioso, me asaltó un nuevo terror; allá, entre los confusos picos que
tenía a mi derecha, divisé una forma inmensa, negra, gigantesca. Comenzó a aumentar ante mis
ojos. Tenía una enorme cabeza como de asno, con unas orejas gigantescas, y parecía mirar
fijamente hacia la arena. Había algo en su actitud que parecía delatar una eterna vigilancia: como si
defendiese este terrible lugar desde hacía incontables eternidades. Lentamente, el monstruo se me
hizo más distinto; luego, súbitamente, mi mirada saltó de él a algo más lejano, arriba entre los
riscos. Durante un largo minuto, me quedé aterrado. Me sentía extrañamente consciente de algo no
del todo desconocido, de algo que se había agitado en el trasfondo de mi mente. El ser era negro, y
tenía cuatro brazos grotescos. No se veía bien su semblante. En torno a su cuello descubrí varios
objetos de color muy claro. Los detalles se fueron haciendo poco a poco más claros, y descubrí con
un estremecimiento que eran calaveras. Mucho más abajo, su cuerpo tenía otro cinturón envolvente,
menos oscuro sobre su tronco negro. Y mientras me esforzaba por saber qué era aquello, un
recuerdo se deslizó en mi mente, y al punto, comprendí que se trataba de una monstruosa
representación de Kali, la diosa de la muerte.
»Otros recuerdos de mis viejos tiempos de estudiante afluyeron a mi pensamiento. Mi mirada
volvió a la enorme Entidad de cabeza de asno. Instantáneamente, reconocí al antiguo dios egipcio
Set, el Destructor de Almas. Con este reconocimiento, me sobrevino una pregunta impensada:
"¡Son dos de...!" Me detuve, y me esforcé en pensar. Estos seres inimaginables escrutaban mi
espíritu sobrecogido. Los vi oscuramente. ¡Eran los viejos dioses de la mitología! Traté de
comprender hacia qué apuntaba todo. Mi mirada quedó prendida alternadamente entre los dos.
¡Si...!
»De pronto se me ocurrió una idea, y me volví; miré rápidamente hacia arriba, hacia los tétricos
despeñaderos de mi izquierda. Algo asomaba bajo un gran pico; una silueta grisácea. Me pregunté
cómo no la había visto antes, y recordé que aún no me había vuelto a mirar esa parte del escenario.
Ahora la veía más claramente. Era, como he dicho, grisácea. Tenía una cabeza tremenda; pero sin [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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