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una gloriosa victoria sin ningún muerto o herido por su parte, así que, ¿por qué debían abusar de la
suerte?
Aunque los sharrikt habían dejado abandonado a Gilluk, habían rescatado al bibuda, tal y como le
llamaban los wantso. Ras había reconocido el arma que llevaba el rey porque las mujeres la habían
descrito. No era más que una espada. Al parecer se trataba de la única que existía, incluso entre los
sharrikt, y sólo el rey tenia derecho a llevarla. De hecho, y si había que creer a los wantso, la espada era
el auténtico rey de los sharrikt. El hombre que ganaba el derecho a llevarla no era sino el guardián de la
espada, y si se le llamaba rey era tan sólo por cortesía.
Gilluk, el hombre de la jaula, era de piel tan oscura como los wantso. Era muy alto y delgado, a
diferencia de quienes le habían capturado, que eran bajos y corpulentos. Su cabello parecía tener un
rizado mucho más suave que el de los wantso, aunque Ras no podía estar seguro a esa distancia. Lo
llevaba largo y recogido en una especie de panal encima de la cabeza. Su rostro era delgado y más bien
angosto, y la frente despejada y muy lisa. Tenia los ojos oscuros y muy grandes. Su nariz era tan aguileña
como la de la madre de Ras. Sus pómulos eran prominentes; sus labios delgados, y el mentón sobresalía
bastante. Con excepción de una capa corta hecha con piel de leopardo, su atuendo no se parecía a nada
de lo que Ras había visto hasta ahora. Vestía una túnica de mangas largas que le cubría todo el cuerpo,
cayendo hasta las rodillas. La túnica estaba hecha de una tela blanca con símbolos y figuras geométricas
en rojo y negro por todo el dobladillo.
Gilluk estaba en su jaula, sujetando los barrotes con las manos y contemplando fijamente a quienes le
habían capturado. Los wantso se burlaban de él y le pinchaban con palos afilados. Gilluk no se había
encogido ni una sola vez, salvo cuando algún palo amenazaba sus ojos. Entonces había apartado la
cabeza.
Ras sabia lo que los wantso pensaban hacer con él. Cuando estaba con Wilida y los demás niños había
escuchado vividas descripciones de la tortura sufrida por su último cautivo. Los niños habían puesto los
ojos en blanco y se habían lamido los labios, o soltaban risitas y temblaban fingiendo un gran terror. Sólo
Wilida parecía haber sentido un poco de pena por aquel sharrikt. Ése era uno de los rasgos que habían
hecho que Ras se sintiera atraído hacia ella. Sin embargo, no había comprendido demasiado bien que le
gustara esa leve demostración de simpatía hacia aquel cautivo. Si los sharrikt se hubieran mantenido lejos
de los wantso, ahora no se vería en tal apuro ¿Por qué no se había ocupado de sus propios asuntos y se
había quedado al sur del pantano? Ras se dijo que probablemente no lo había hecho por la misma razón
que ahora le impulsaba a él a correr el riesgo de espiar a los wantso. Era emocionante y requería valor.
Pero si te atrapaban tenias que sufrir las consecuencias.
Ras acabó decidiendo robarles al rey por curiosidad y por lo atrevida que le parecía la idea, no por un
deseo de salvar a Gilluk de la tortura. También influyeron el que le dolía haber sido rechazado por los
hombres de los wantso y el deseo de vengarse. Y, además, pensaba que sería una travesura soberbia.
¡Qué hazaña tan emocionante, y qué divertido resultaría! Sólo pensar en ello hacia que seestremeciera.
Sabia que no sería sencillo. Necesitaría cierto tiempo para conseguirlo. La primera noche trepó al árbol
sagrado para poder ver las cosas más de cerca. Junto a la jaula había una hoguera, y un hombre
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montaba guardia continuamente ante ella. Era relevado aproximadamente cada dos horas, y el nuevo
centinela y el hombre al que relevaba solían quedarse un buen rato junto a la hoguera, hablando.
La jaula tenia un lado que podía abrirse y que se mantenía sujeto con una cuerda hecha con cuero de
antílope. Sólo la presencia del centinela impedía que el mismo Gilluk desatara el nudo. También había
guardias en las plataformas situadas dentro de la empalizada, uno para cada una de las cuatro puertas.
Teóricamente se suponía que los guardias vigilaban los alrededores del poblado, pero se pasaban todo el
tiempo mirando hacia el prisionero.
Al día siguiente el poblado había vuelto más o menos a su rutina normal, salvo por el desacostumbrado
número de centinelas. Las mujeres habían ido a los campos, y dos hombres y dos muchachos habían
partido de caza o a explorar. Tibaso se había sentado en su trono y había conversado con Gilluk [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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